septiembre 3, 2012

De horno y bollos

La situación económica que atravesamos, desde mi ignorante punto de vista al respecto, debida a esa tergiversada interpretación de la democracia que la estirpe política ha utilizado como vehículo de sus despropósitos (últimamente de forma cada vez menos sutil), y una tendencia de los mercados acorde al fracaso de un capitalismo exprimido hasta las últimas consecuencias, está repercutiendo en todos los sectores.

El nuestro, el de la salud, la fisioterapia, y más concretamente, la práctica privada de la misma, no podía quedar exento.

Y así nos encontramos con una situación en la que todos miramos bien el bolsillo antes de decidirnos a extraer la cartera. Y una vez fuera, la miramos bien antes de abrirla para valorar si nos podemos permitir extraer esos coloreados papelitos por los cuales obtener el producto o servicio deseado o requerido.

La lógica, algo que no siempre acabar de regir los procederes en esta nuestra ibérica nación, más preocupada por los horarios de las terracitas de los bares que por la caída en inversión en I+D, alentaría un consumo más inteligente, más prudente y selectivo.

Lo que en nuestro sector, y sigo basándome en esa lógica tan inconstante, supondría una extinción de los vendedores de humo (o, como los llamaría el amigo Rubén Tóvar, los ceros disfrazados de infinito). Hablamos de todos esos comerciales de la salud, oportunistas practicantes del oneroso intrusismo, cuentacuentos y estafadores, o sencillamente productos de la ignorancia hábilmente conducida por formadores hambrientos de acaudalar antes de huir.

No obstante, como la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, encontramos muestras de que, pese a que algunos se harten de decir que no está el horno para bollos, no mucho hacen por mejorar la situación.

No dejo de encontrar pacientes que han pasado por un sinfín de extraños personajes dignos de los más retorcidos pasajes kafkianos, pacientes que relatan historias inverosímiles de procedimientos que les han sido vendidos y aplicados como terapéuticos, rincones a los que han acudido por consejo de crédulas vecinas a las que todo les va bien pero siempre están quejándose.

Pacientes que cuando les comentas que, lejos de tener un don, lo que les ofreces es una praxis basada en años de estudios universitarios y posteriores formaciones complementarias en cursos y congresos, se asombran y espetan aquello de «¿y todo eso para dar masajes?»

Pero, en vistas de que el tono de esta entrada se empieza a alejar del objetivo con el que inicié su escritura, no redundaré en el tema y felicitaré a la humanidad por el hecho de que, cada vez, estas muestras de personas erradas por la ignorancia o el engaño es sensiblemente menor.

Cada vez son más los pacientes que solicitan información sobre la veracidad de tu formación y experiencia, gente que revisa la realidad de sus necesidades y toma opciones directamente dirigidas a mejorar su situación sin papanaterías.

Algo de lo que, y no sólo desde el punto de vista interesado que ocupo como profesional, sino más bien como co-partícipe de esta especie que demuestra que el azar genético no nos regaló la inteligencia en vano, me siento orgulloso.
Para algo tendría que servir lo de los bollos y el horno.

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