Luisa va al aseo, y nota que no puede retener la orina. ¿La orina? Ha roto aguas, y despierta a su marido a codazos, que en 2 minutos está más histérico que ella, pidiéndole que se duche más rápido no se vaya a salir el bebé. Con las mochilas (preparadas hace unas semanas) en un brazo, los papeles del embarazo y las llaves del coche en la otra, y las zapatillas de estar por casa aún puestas, Josep sale de casa junto a Luisa que ha notado una contracción de unos 10 segundos hace un rato.
Nati se ha despertado con una intensa contracción, y al ir al aseo nota que ha marcado un poco de sangre. Aunque ya han pasado 8 minutos sin notar otra contracción (un pinchazo sostenido, como el dolor de la regla pero más intenso), decide despertar a Juan para que vaya preparándolo todo mientras se ducha. Juan no prepara nada porque no sabe qué tiene que preparar, pero aprovecha el tiempo para ponerse nervioso y aferrar con energía las llaves del coche mientras recuerda como la matrona les comentaba que, al ir el niño de nalgas, conviene que si Nati se pone de parto no se entretengan demasiado porque tendrán que hacerle la cesárea de urgencias.
Después de unos 20 minutos de rápida carrera con el coche por la ciudad, llegan al hospital. Luisa sale del coche en el momento en que recibe otra sensación de contracción, y Josep, alarmado, acude a ayudarle con un neceser fucsia (más discretos parece ser que no los habían). En admisión refieren la situación y Luisa pasa por un pasillo medio encogida, despidiéndose de su marido con un gesto con la mano. Josep se queda en medio de la sala con cara de poker, hasta que un celador le conduce a la sala de espera.
Después de 40 minutos de rally con el coche, Juan se mosquea al encontrar a un personaje con una bolsa rosa salir de un coche parado justo donde tiene que dejar a su mujer. Lo cierto es que Nati ni siquiera se ha quejado en todo el camino, y sale tranquilamente hacia admisión invitando a su pareja a que no insista, que el coche de delante no se va a mover en un buen rato. Explica lo de la presentación podálica del bebé, y la pasan a una sala. Juan vuelve afuera a aparcar bien el coche preguntándose si debería llamar a algún familiar, a esas horas.
Luisa se encuentra en una sala, después de haberle puesto un enema, con las correas o monitores, cuando pasa una matrona que, tras explorarle, comenta que está dilatada unos 3cm, y que como es primeriza que tenga paciencia que le quedarán de 5 a 10 horas. Todo está bien, pero aún queda un buen rato. Josep está sentado en la sala de espera, y solo le falta llamar a su primo segundo de Cuenca para avisarle de que ya están en el hospital. A su lado se encuentra otro «pre-papá» haciendo Sudokus, y más al fondo otros dos durmiendo plácidamente en los incómodos bancos de la sala de espera.
Una matrona confirma a Nati que está de parto, que sigue de nalgas el bebé, y le pone un enema. Tras tirar el enema, y una curiosa sesión de depilación, le comunican que van a llamar a su marido para que le dé la ropa y después la mandan a quirófano. Juan no ha rellenado ni medio Sudoku (nivel medio) cuando le llaman por megafonía. Se reune con Nati, que le da una bolsa de basura con ropa y le cuenta que van a hacerle la cesárea. La pinta de Nati, con esa bata, el barrigón, y la cara de susto, no tiene desperdicio, pero Juan es cauto y no comenta nada. Le da un beso a Nati y vuelve, ahora un poco más nervioso, a la sala de espera.
Por megafonía llaman a Josep, que encuentra tumbada de lado y con la cara muy desmejorada a su mujer, que quería hablar con él para ver como estaba y preguntarle acerca de la epidural. La matrona le ha dicho que, si quiere, la anestesista puede ponerle la epidural. Aunque durante la preparación al parto quedaron superconvencidos de que lo querían todo natural y sin riesgos innecesarios, en 14 segundos acuerdan la idoneidad de la maravillosa epidural. Tras despedir de nuevo a Josep, entra la anestesista, una simpática y joven médico que le explica todo muy bien, le hace firmar unos papeles, y le hace ponerse encogida de lado para pincharle en la zona lumbar.
A Nati le han atado las manos a los laterales de la camilla, un ginecólogo ha puesto un CD de jazz, y le está operando mientras el anestesista pasa de vez en cuando por ahí. De repente, y sin saber muy bien cuanto tiempo ha pasado, Nati ve unas piernecitas sanguinolentas y sucias asomar por encima de la sábana verde, y al rato, el ginecólogo, por detrás de la sábana y la mascarilla, le comenta a una enfermera que le pase no se sabe qué tipo de instrumental. ¿ha nacido ya?. Otra enfermera, desde el fondo, le dice a Nati que ahora se lo lleva ¿eso es que ha nacido ya?. Finalmente, Nati escucha un llanto felino, y al instante aparece una enfermera con un bebé enrollado en una sabanita ¡sí, ha nacido ya!.
Luisa tiene las contracciones cada vez más frecuentes, pero prácticamente no nota dolor. Nota frío, y está pensando en las implicaciones de lo que está por venir. Sabe que se va a equivocar en todo lo que anticipe, pero así se distrae de esa situación tan extraña. Josep sigue en la sala de espera, y se acaba de dar cuenta de que va en zapatillas de estar por casa.
Nati es feliz. No siente dolor, escucha jazz, y tiene en sus brazos una criaturilla que le mira (digan lo que digan, Nati sabe que le está mirando), y que le busca torpemente el pezón. El campeón acaba de salir y ya tiene ganas de comer. Cuando el bebé se le resbala un poco hacia la izquierda, Nati intenta corregir su posición, pero parece ser que no le responde el cuerpo como debería. La enfermera le advierte que no intente moverse demasiado, que por la anestesia no va a notar unas horas de vientre para abajo, y que eso puede ser peligroso si intenta desplazarse en la cama. Le sugiere que su pareja le ayude con el posicionamiento del bebé para la lactancia, al menos los 2 primeros días.
Luisa sigue con las contracciones, cada vez más frecuentes. Está empezando a entender los numeritos de los aparatos que le rodean. El del 8 es la epidural, el del 143 el pulso del bebé, y hay uno que se mueve de 23 a 45 cuando le llega la contracción. Josep es ya todo histeria, y siente envidia cuando llaman a un compañero pre-papá por megafonía, que se levanta con su bolsa de basura de ropa y deja olvidado el Sudoku en la mesita de la sala de espera.
Juan se dirige detrás de la enfermera a los ascensores, donde encuentra una estampa que no olvidará nunca. Nati está en una cama con un bulto rodeado de sábanas blancas, en el que diferencia una redonda y rosada cabecita. Nati tiene lágrimas en los ojos, y al mirar a Juan sonríe con ilusión. Juan quiere acercarse a besarla, pero teme chafar al bebé y, para rematar su torpe gesto, sólo consigue articular con su reseca lengua un anodino ¿estás bien?
Luisa está segura de que la epidural se ha gastado o algo así, porque lo que está notando ya se puede fácilmente etiquetar como dolor. El aparato sigue con su 8, pero llama a una matrona muy amable que pasa por ahí, y ésta le comenta que es normal, que cada vez la intensidad va a aumentar y que ya le queda menos para la completa. ¿y eso de la completa que es, como un premio de la bonoloto? Debe ser la fase final de todo esto de parir, piensa Luisa.
Nati, Juan, e hijo. Se miran, sonríen, es guapo, ¿verdad?, ¿te han dicho que está todo bien?, ¿se ha dormido o aún está chupando?, cuando se suelte, ¿lo dejamos ahí o lo paso a la cunita?, ¿y si lo despertamos? ¿y la matrona dice que te lo tengo que poner yo al pecho?, te ha explicado como, ¿no?
Josep está ahora rodeado de sus padres, su hermana, una cuñada, su suegro, y, en plan organizadora del evento, su suegra. Tras discutir con 2 enfermeras que le han dicho que no puede pasar, y tras insinuar a Josep que no se entera, y que cómo es que está ahí fuera, cuando su vecina le ha asegurado que en ese hospital, si insistes te dejan pasar todo el rato con tu mujer, la señora se ha calmado unos minutos para pasar a enfurecerse con la máquina expendedora de agua por no devolverle el cambio.
Nati, ¿por qué estará llorando el niño?
Luisa escucha de fondo a una mujer gritar como un energúmeno. Grita tal y como lo muestran en las películas, pero ahí suena aún más espeluznante. Parece que está sucediendo una matanza o algo así. Entonces se hace el silencio, y a los 5 minutos pasa tranquilamente su matrona, que le confirma que ha asistido aquel parto, explicándole como cambiar el tono del móvil a una enfermera, mientras explora el cuello uterino de Luisa. Esto va bien, tranquila, que ya va quedando menos.
¿Es normal que siga llorando?, ay, perdona cariño, no sabía que te habías dormido.
Josep salta como un resorte al oir el nombre de su mujer por megafonía, suelta la mochila rosa, y superando el nerviosismo, y sobre todo los reflejos de su artrósica suegra, acude al pasillo donde una enfermera le vuelve a poner una bata verde que le viene pequeña y no sabe como anudar, y unas fundas verdes para los zapatos (bueno, para las zapatillas de estar por casa). Cuando entra a la habitación de Luisa, la encuentra bastante demejorada y, tras confirmar que ya ha comentado que le duele y que si eso es normal con la epidural, se sienta a su lado a inventar algo que la distraiga, la anime, le de seguridad,… en fin, algo. El caso es que no le da tiempo, porque inmediatamente aparecen dos celadores que le mandan salir un momento, y que ahora lo llevarán al paritorio con su mujer. Se llevan a Luisa, y a los 7 minutos llaman a Josep. Ahora Luisa está espatarrada en una camilla con una matrona enfundada completamente de verde en frente de ella con la práctica totalidad de su mano derecha en la vagina de Luisa. La matrona le dice que ahora no empuje, que espere. Una enfermera sugiere a Josep que se ponga detrás, para estar cerca de su mujer. Pero su mujer está con los ojos cerrados, sudando e intentando apretar a un lugar que le refiere la matrona pero que ni de rebote visualiza Luisa por los efectos de la epidural. No estás apretando donde toca, como si quisieras cagar, le comenta la matrona. Josep piensa que con tanto espatarramiento, sangre, enemas,… bueno, que la escatología requiere una reconsideración en estas situaciones. Luisa se gira y lanza una mirada de posesa a Josep, que ahora prefiere que siga con los ojos cerrados. En respuesta a la sugerencia de una matrona (o ginecólogo, o lo que sea), le hacen una episiotomía, mal momento que elige Josep para ver qué hacen por ahí. Aunque una enfermera le tapa el espectáculo, Josep tiene bastante para marearse un poco, por lo que vuelve al lado de su mujer. Tras 2 minutos con todos animándola a que empuje, tras el intento de dos personas más mediante tacto vaginal hacieno extrañas maniobras circulares, y tras el casi desfallecimiento de Luisa, una matrona de constitución fuerte se echa encima de su barriga, y apretando con su antebrazo consigue que salga, a la primera, nada, a la segunda, una pequeña cantidad de vómito de la boca de Luisa, y a la tercera, una pequeña porción de la cabeza del bebé. Momento que aprovecha la matrona para acoplarle una especie de ventosa (¿la han llamado kiwi?), estirar, y sacar, primero, la cabeza del bebé, segundo, los hombros, y tercero, el resto del cuerpecillo que sale escupido de forma rápida. Desde la perspectiva de Josep, y dado lo alterado de su percepción por el mareo, tan solo se ha apreciado una cuerpo cubierto de sangre que ha caído y sido recogido por la matrona. Alguien le sugiere no se qué de cortar el cordón, pero el embotamiento mental y la voluntad de prestar atención a la casi desfallecida mamá, le hacen quedarse donde está y susurrar alguna cosa a la oreja de su mujer mientras le seca el sudor de la frente con la mano.
Ya sé que ha estornudado dos veces, pero no puedo ir más aprisa. Yo no sé donde se tiene que pegar esta parte del pañal. No me agobies, que estabas bien dormidita, que esto no es tan fácil como parece. Además, en los libros pone que es bueno que estornude el bebé.
Luisa quiere pensar que qué bonito todo, que al coger a su bebé se le va a pasar todo como dicen, que no hay nada igual, pero está tan exhausta y desubicada que se limita a mirar a ese personaje que le han dejado en los brazos, que lucha por abrir unos ojos empastados por unas gotas que le han echado, y no deja de emitir un ridículo llanto. Piensa en qué poco hay de natural en lo que acaba de suceder, por mucho que lo llamen parto natural, en lo bárbaro del proceso, en la dantesca situación que ha vivido, o mejor dicho a la que ha sobrevivido. Y cuando mira la cara blanca e inexpresiva de Josep, que en esos momentos se está preguntando si el apepinamiento de la cabeza de su niño será normal, se cerciora de que el tema no está para descorchar champán e irse de romería por la alegría.
Y entonces entran los abuelos y tíos del pequeño, que orgullosos dan palmadas en la espalda y besos. A alguno le ha dado tiempo incluso de comprar un pomposo ramo de flores. Tras los saludos y las enhorabuenas, alguien comenta así de pasada a Juan acerca de su primer cambio de pañal, Juan y Nati se miran, y acuerdan mentir que todo perfecto, no ha sido para tanto. Con tanto beso y saludo, Nati se ha dado cuenta de nuevo que de cintura para abajo lo único que nota es una pequeña superficie de piel del lateral del muslo derecho, y ni siquiera lo reconoce como suyo.
Josep, conforme entra a los ascensores, pregunta al celador si la forma de la cabeza del niño y el hecho de que su hijo aún no haya abierto el ojo izquierdo es normal. El celador, cuyo sentido común y experiencia superan con creces su formación sanitaria, acierta a tranquilizarle alentándole a tener un poco de paciencia, disertando mientras gesticula con la mano mientras le da al botón del ascensor, que el pobre ha pasado por un sitio así con una cabeza así. Luisa aún está derrotada, pero se encuentra algo más ubicada y sostiene al niño, que parece haberse dormido, con algo más de dulzura. Llegan a la habitación, que van a compartir con una pareja y su numerosa comitiva, y se quedan en silencio unos momentos, hasta que Josep murmura “es guapo, ¿verdad?”
Ya han pasado unas horas, Nati se encuentra más despejada, y Juan se enfrenta a la ardua tarea de frotar el culete del niño para limpiar el dichoso meconio. Ya había leído lo que es, y no se asusta al ver esa masa pegajosa, casi petróleo, y con solamente 11 toallitas consigue asear la zona. Parece ser que los compañeros de habitación, (¿dónde he visto antes esa mochila rosa?) no estaban advertidos de ese tema, y Juan nota como le observan en su quehacer con cara extraña. Una enfermera que entra en ese momento les reparte un par de gelocatiles a cada mami, y les sugiere pedir más si notan dolor.
Luisa se anima a tomarse el par de pastillas para el dolor que le ha endosado la enfermera, ya que está notando unos pinchazos desagradables en el periné cada vez que se mueve un poco. Nada más tomarse las pastillas le sirven la comida, que no está nada mal, y se dispone a comer cuando advierte que a su compañera de cama, que ya estaba cuando ha llegado ella, no le han servido nada. Debe ser que le han hecho una cesárea. Josep se baja a comer a la cafetería con su cuñada, y deja a su suegra, que ha decidido protagonizar la recepción de visitas, cuidando a Luisa.
Nati vuelve a ofrecerle el pecho al pequeño, que ahora parece más ágil en la tarea, y observa como al terminar la toma (unos 18 minutos ha estado enchufado el colega) le queda un líquido transparente alrededor del pezón. Al menos el calostro le está llegando al niño. Ahora, lo que nota al intentar moverse de la cama no es incomodidad, ya se puede llamar dolor, así que decide tomarse las pastillas de la enfermera después de que Juan haya salido a preguntar si hay algún problema si se las toma dando de mamar. Nati y Juan están seriamente comprometidos con la lactancia materna, y cuando les comentaron que al ser cesárea igual costaba más que subiera la leche, su empeño se vio incrementado y se han estado informando en múltiples foros sobre el tema. Hasta han comprado nueces y leche condensada, pues alguien les dijo que ayuda a que suba la leche antes. Nati, pese al dolor, se ríe de las ironías de la vida, pues no contaba con que ni nueces, ni nada, después de la cesárea le espera al menos un par de días de dieta radical.
Luisa se decide a levantarse para ducharse por primera vez. Josep le incorpora primero el cabezal de la cama, y luego le ayuda a ponerse de pie. A mitad camino, Luisa se detiene porque “se le va la cabeza”,… y al ratito continúan. A tres cuartos del camino, Luisa se detiene porque nota como si le bajara la regla, pero mucha cantidad,… y al ratito continúan. Finalmente, Luisa da unos pasos hacia el aseo, se empieza a desnudar, y al ver la compresa con coágulos y completamente empapada de sangre de distintos tonos entre el rojo y el negro, se asusta un poco y manda a Josep a preguntar a la enfermera. Ésta le tranquiliza, le informa de que va a sangrar unos días, y que luego le traerá unas gotas para aumentar las contracciones del útero, vasoconstreñir la zona, y reducir el sangrado. Más serena, Luisa se termina de desnudar, y al observar su cuerpo en el espejo se queda noqueada unos instantes: adiós, barrigita, adiós.
Juan no deja de mirar como duerme su retoño, y justo cuando está comprobando que efectivamente es más guapo que el otro bebé, cree escuchar un ronquido, o una sibilancia,… no, no, es un ronquido. Temeroso se acerca al control de enfermería, donde le aseguran sin ni si quiera moverse de la silla que es normal, que el aparato respiratorio del niño se está adaptando. Vuelve, se acerca al bebé, y ya no oye nada. Con tanto movimiento, ha acabado despertando al bebé del vecino, al de la mochila rosa, que estaba discutiendo con su suegra, que le recrimina al pobre hombre el dejar a su mujer ducharse sola.
Llega la noche, y después de ofrecerle unos 5 minutos el pecho al nene, Luisa cae dormida. Josep no consigue pegar ojo en toda la noche, porque el hijo de sus compañeros no ha dejado de llorar, y cuando callaba, lo enchufaban a la teta, y después a llorar otra vez. Su niño, sin embargo, se ha portado muy bien, y no se ha despertado hasta las 6.
Nati decide, 36 horas después de la cesárea, que ha llegado el momento de intentar levantarse. Empiezan incorporando con la manivela el cabezal de la cama, pero a la segunda vuelta el dolor es tan intenso que con una mueca demanda una pausa. Pasados unos minutos, Juan sigue con la manivela, para volver a descansar otro rato. Un espontáneo propone acercar la butaca para pasar de la cama a la butaca, y ya después ponerse de pie. Dispuesto todo, agarran a Nati de los hombros, que empieza colaborando pero, a mitad de maniobra, empieza a pesar más y más, hasta que se desploma, y Juan y el espontáneo (ah, si es mi cuñado), la pasan cual peso muerto a la butaca. Nati abre los ojos, con una mirada estrábica y perdida, y los vuelve a cerrar dejando caer la cabeza hacia un lado. Juan primero pregunta, después toca, luego sacude y después abofetea con suavidad, hasta que Nati vuelve desorientada a recuperar la consciencia. No sabe lo que ha ocurrido desde la cama hasta la butaca, sólo recuerda haber notado un dolor lacerante en el vientre. Los tres, a saber qué rostro más blanco, deciden por unanimidad posponer la bipedestación una media hora. Pasado ese tiempo, Nati camina agarrada de Juan unos metros y llega al aseo.
Llega una nueva noche, y de nuevo después de ofrecerle unos 5 minutos el pecho al nene, Luisa cae dormida. Pero la criatura está cansada de chupar sin resultado y empieza a llorar. Josep lo mece, pero pronto se cansa de oírle y empieza a preocuparse. Despierta a Luisa, que le vuelve a ofrecer el pecho, al que se engancha famélico. Al ver esto, los dos aciertan a opinar que el niño tiene hambre, que no hay suficiente leche, o que la lecho no es buena, (o cualquiera de esas tonterías que les pasan por la cabeza a los padres no comprometidos realmente con la lactancia). Llaman a una enfermera, que a esas horas no tiene gana de pararse a explicar que en 48 horas aún no le ha venido “la subida”, y que tengan paciencia, que le debe ofrecer más veces y más tiempo el pecho,… y en vez de eso acuerda con los papis endosarle un biberón “de ayuda” (¿de ayuda para quién, para el bebé, los padres, o la enfermera?). El niño consume el líquido blanco que le aporta el biberón, y más relajado dormita en los mismos brazos de papá. Josep y Luisa están tan contentos con el resultado que repiten su acción a las 4 horas, posteriormente a las 9 de la mañana, y a la una del medio día cuando les dan el alta y se van a casa, y así unas 4 o 5 veces al día durante la siguiente semana, hasta que a los 13 días a Luisa le recomiendan (por su bien) que se tome unas pastillas para cortar la leche, y así no notar molestias en el pecho.
Han pasado dos días y medio. Juan se despide de sus compañeros de habitación, y con su niño en brazos anima a Nati a dar otro paseo por la habitación. Hoy ya ha comido algo decente (escaso, pero decente), y parece que está más animada. Además, por la tensión que nota en las mamas, parece ser que pronto va a producir leche para el pequeño. La confirmación llega a la mañana siguiente, cuando al acabar la toma, el bebé y el pezón de Nati permanecen humedecidos con el blanco y lechoso brebaje. Felices, pero cansados, los 3 permanecen en el hospital otros dos días, hasta que por fin le dan a mami e hijo el alta, y vuelven a casa siendo uno más.