Existen tantos mitos y palabrería alrededor de los temas de salud, en una sociedad en la que el costumbrismo anima al uso indiscriminado del creer saber y por tanto poder opinar de todo, que muchas veces se cuelan en el descrédito realidades como panes.
El viernes pasado una paciente me comentó, con deje dubitativo, que no sabía dónde ni quien le había dicho que su problema de rodilla podía relacionarse con su lesión de cadera de hacía años. La mujer, acostumbrada a esa dichosa actitud de menospreciar lo que hayan dicho otros para reforzar lo que uno opina, tan característica de aquellos que se creen superiores y aseguran tener siempre la razón, esperaba que echara pestes de dicho comentario para plantearle una opción más seria.
Pero no fue así, sencillamente porque yo también pensaba que sus molestias de la rodilla podían relacionarse con el acusado trastorno de su cadera fracturada años atrás.
Expliqué a la paciente que, atendiendo a las aportaciones de la literatura científica de los últimos años, parecía más que posible que los factores proximales (como su problema de movimiento reducido y modificación de ejes de movimiento articular en la cadera) jugasen un papel con respecto a las lesiones de rodilla.
De hecho, una revisión de los estudios biomecánicos y clínicos en este campo indica que el control muscular alterado de la cadera, la pelvis y el tronco puede afectar a la cinemática y la cinética de la articulación tibio-femoral y patelofemoral en múltiples planos. Lo que significa que una activación o reclutamiento deficiente de la musculatura lumbopélvica y de la cadera, condiciona el hecho de que la rodilla no se mueva correctamente, algo no muy adecuado para una articulación.
En particular, existe evidencia de que las deficiencias de movimiento de la cadera pueden ser la base de lesiones como roturas del ligamento cruzado anterior, el síndrome de la cintilla iliotibial y el dolor articular anterior relacionado con la articulación patelofemoral.
Además, la literatura sugiere que las mujeres presentan una mayor disposición a las influencias proximales que los hombres. Este dato, como es habitual, mosqueó ligeramente a la paciente, ofendida por lo que llamó «esa predisposición a padecer que siempre acabamos teniendo nosotras».
Después de unos 20 minutos de charla al respecto, mi paciente no se extraño de que el programa de ejercicio que se llevó para casa incorporase ejercicios de estabilización dinámica de tronco, pelvis y cadera. Ni de que, aún así, titulase la hoja en la que le dibujé mis moniguetes «Ejercicios para tu rodilla».