Imaginemos una concentración de deportistas el día antes de una competición de esas de índole importante.
Tenemos a todos los equipos dispuestos a cenar, y los del judo y los halterófilos quieren juntar las mesas para estar de cháchara. Deciden desplazar una de las mesas, que ya tiene los platos, vasos y cubiertos encima, y para ello intentan organizarse, de forma que los judokas se encargan de subir, con cuidado, la mesa, y los levantadores de pesas transportan las sillas.
El caso es que uno de los judokas es algo tímido, y al no decidirse a echar una mano, se ve sustituido de improvisto por el más grandón de los halterófilos. Pero, siendo éste poco cuidadoso y más bien brutico, al colaborar desordena el conjunto, se pasa de fuerza y entre los judokas no llegan a compensar como para desplazar la mesa sin dar tumbos y golpear al resto de comensales.
Así es como le expliqué el otro día el problema de control motor del hombro a un paciente.
Luego le volví a explicar la historia sustituyendo el desplazamiento de la mesa por la elevación del brazo. Los jodokas eran el manguito de los rotadores, siendo el judoka tímido el músculo subescapular. Los forzudos halterófilos eran los músculos fuertes movilizadores, y en concreto, el espontáneo colaborador, el deltoides.
Después le hablé de la importancia del centrado de la cabeza humeral, de la necesaria rotación externa glenohumeral durante la elevación, un poco de espacio subacromial, otro poco de labrum,… quizás demasiada información anatómica y biomecánica, pero se trataba de un paciente ávido de saber, y preferí contarle yo que empezase a tirar de google.
Y, tras ello, costó poco explicar mis intenciones con el programa de ejercicio terapeutico.