diciembre 20, 2012

Liándola parda…

Creo que hoy hace un año de mi segunda intervención de rodilla, y he querido celebrarlo compartiendo una entrada que preparé en su día, antes de esta segunda artroscopia.
La escribí como continuación a las entradas dedicadas a mi ex-menisco, pero como antes de publicarla la pifié (lo que condujo a mi rodilla de nuevo a quirófano), una mezcla de mala leche, vergüenza y falta de ganas de dar explicaciones, hicieron que la entrada quedase relegada al rincón de “borradores”.
Aquí os la dejo, por si aprovecháis la moraleja mejor que un servidor…

 

Con la alegría del momento, y la satisfacción tras un trabajo bien hecho, el ánimo deportivo rompe las cadenas del cauto reposo, y con desdén consigue desordenar la hasta el momento racional recuperación.

Creo que ya en alguna ocasión he hecho mención al comentario de un compañero del club de atletismo que aseguraba que “correr seca el cerebro”. Sin revisar la opinión de los libros de neurofisiología al respecto, y tomando mi argumento como un “a propósito de un caso”, os daré razones que sostienen tan magna verdad y la hacen extensible al deporte en general.

Un día antes de cumplir el mes de la intervención, incorporo a mi programa de ejercicio unos minutos a intervalos de carrera contínua. 2 días después me atrevo con un poco más, y a la cuarta o quinta sesión ya corro durante 10 minutos seguidos. Todo bien.

Tan bien que me sugiero a mi mismo (tan redundante como absurdo), ¿qué no haré una carrera? El alma de corredor retira de un codazo al alma de fisioterapeuta, y ahí cae ese fin de semana una carrerita de 5km a 4’30” el kilómetro. Todo bien.

Tan bien que me sugiero a mi mismo (sigue redundante y absurdo), ¿qué no haré un triatlón, para compensar los meses perdidos con esto del menisco? Y ahí que me inscribo a uno, y para ponerme a tono, sigo corriendo (todo bien), desempolvo la bicicleta y “bicicleteo” (todo bien), y para poner la guinda me voy a la playa a nadar.

Y ahí la lío.

Tras un extraño vaivén de la pierna en una patada nadando, noto un pinchazo en el punto de ángulo antero-interno (PAAI), y salgo del agua bastante acoj… digo aturdido. Secándome compruebo como la cicatriz correspondiente al orificio de entrada-salida de la cara interna se ha dilatado considerablemente, es dolorosa a la palpación, y molesta durante la marcha. Esa noche empieza a incordiar la rodilla, asumo la expresión inflamatoria de la articulación, y durante las 2 semanas siguientes, al notar una sensación de agotamiento en la rodilla y volver a cojear ligeramente, decido dejar de correr e incluso rebajo el programa de ejercicio.

Dado el nulo avance en ese tiempo, y por supuesto la creciente preocupación, doy por sentado que ese reposo relativo no conduce a nada y retomo los ejercicios, con más seriedad y dosificación.

Vuelven los isométricos de cuádriceps, que pronto puedo hacer con un par de kilos, el plato inestable, los elásticos,… Los primeros días no puedo hacer todo lo que hacía antes de mi emulación a Mark Spitz. Saltar de puntillas más de 3 veces con pies juntos se torna imposible, porque aparece el dolor anterior de rodilla, y si hago más de 10 minutos de ejercicio, noto una presión en la zona del tendón cuadricipital que también invita a parar. La flexión de rodilla, que había llegado a los niveles de su contralateral, se reduce sensiblemente, y en los últimos grados reaparece el pinchazo en el compartimento postero-interno de la rodilla.

Poco a poco (muuuy poco a poco), los programas de ejercicio se van intensificando, aunque andando todavía noto esa sensación de cansancio en la rodilla. Los días “buenos y malos” se van alternando, poco a poco a favor de los días buenos, conforme  la pierna se fortalece y mejora el control motor. La inflamación, presumiblemente, disipa su enojosa reacción, y se va reduciendo.

Y, cumplido el mes desde la chapuza de entrenamiento natatorio (y los 2 meses y una semana desde la operación), pruebo a correr durante 1 minuto, en principio sin problemas.

Pero esta vez, y aunque seamos los únicos animales que tropezamos 2 veces con la misma piedra, decido darme unas semanas más de alejamiento deportivo para hilar fino en la recuperación de la rodilla.

 

Podéis imaginar, como comentaba al principio, que esta optimista medida no sólo fue incumplida (corrí a los 4 días), sino que fue insuficiente (la rodilla terminó en quirófano semanas después).
Ahora, un año después de todo aquello, he vuelto a competir entre 4 y 4,30”/km sin molestias, y no seré tan cenutrio como para insinuar que esta vez sí he aprendido la lección,… porque no es así.
Total, habiendo tantos kilómetros por recorrer, y quedando aún 3 meniscos por romper
😉

Corriendo Carlos Lopez Cubas OSTEON Alaquas Fisioterapia

3 Replies to “Liándola parda…”

Yo siempre digo y diré que los fisios somos los peores pacientes en estos temas.
En mi caso, comencé con un dolor en el hombro derecho tras un gesto «traumático» en el trabajo, al que no hice caso. Y cómo no, tampoco abandoné la capoeira. Hacía todos los gestos y los apoyos durante la misma, con pinchazos y dolor, pero pensé que sería cosa de ese día y seguí con ello.
Al mes, el dolor era más intenso y la movilidad de mi hombro se había reducido. Ante las sospechas de que podía ser algo más serio, pues la evolución me invitaba a pensar en eso, me hice una resonancia. Y voilà, fractura de Hill-Sachs y rotura de ligamento acromioclavicular superior.
Desde que fui consciente de la lesión, el dolor empeoró (cosas del cerebro) pero aprendí la lección. O quizá no.
Un saludo,
Eva Sierra

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