En un lugar de la zona lumbar, situado entre imponentes vértebras tapizadas de ligamentos de lindos colores, vivía feliz un ganglio de la raíz dorsal, al que en adelante llamaremos GRD.
Siempre atareado, el ganglio albergaba un sinfín de oficinas en las que se revisaba toda la información de entrada. Allí se inspeccionaban con esmero todos aquellos datos recogidos en los más nimios rincones del cuerpo. Posteriormente, no muy lejos, tras su paso por el ganglio, la información era tramitada por la maravilla de la química sináptica, para determinar la idoneidad de su transmisión.
El GRD también se ocupaba de velar por la integridad de sus medios técnicos encargados de la recogida y conducción de los estímulos. Sus oficinas mandaban allá donde fuera necesario recambios para los sensores y otros repuestos, y ofrecían un servicio de eficiente mantenimiento.
Desde hacía unas semanas, la felicidad con que el ganglio acometía sus funciones se había visto disturbada por una anormal agitación en una pequeña sección de oficinas. Los encargados de velar por la salud del vecindario correteaban sin aliento, azuzados por amenazantes informes provenientes del disco intervertebral que parecía, si hacemos caso a aquellos mensajes, literalmente desintegrarse.
Pero lo peor estaba aún por llegar.
Una tarde, estando el varón levantándose de la siesta, los vigilantes apostados en las inmediaciones de las oficinas, cubriendo todos y cada uno de los rincones de la cobertura del ganglio, avistaron lo que parecía el avance de un pantano en las inmediaciones. Advirtieron como esa hedionda humedad se acercaba cubierta por una densa bruma.
El lento asedio de aquel material gelatinoso culminó cuando, coincidiendo con el contacto en las murallas del GRD, emergieron de entre la espesura de la neblina tres imponentes personajes comandando grotescos ejércitos. Al son de grandes timbales, estos ejércitos se aproximaron al ganglio.
Se presentaron como representantes de la guardia inmune, y con roncas voces advirtieron acerca de la toxicidad de las emanaciones. Sin esperar respuesta, comenzaron a dar órdenes, reclamando provisiones en forma de sangre y amenazando a los vigilantes del ganglio para que no descuidaran ni un segundo sus funciones. Se trataba de Óxido Nítrico, Factor de Necrosis Tumoral alfa (sólo el nombre ya imponía), y, por encima de todos ellos en voz de mando, IL-6, una imponente y experimentada interleuquina que no se dejaba amedrentar por nadie.
El caos cundió de una forma que nunca antes había sucedido. La estridencia de las alarmas reflejaba el pánico. La gestión de la información se tornó un desastre con el ajetreo, y los trámites o bien quedaban estancados, o se repetían las mismas transmisiones sin razón aparente.
El gran jefe, allá arriba, incapaz de entender con coherencia lo que intentaban comunicarle desde aquel lejano, y hasta la fecha eficiente ganglio, se asustó de tal manera que puso en marcha todos sus recursos para responder a la situación. Mandó a los músculos, sin esmero ni orden de reclutamiento alguno, contraerse con intensidad, y avisó a la consciencia del peligro con todas sus energías.
Y así fue como el varón se enteró, sintiendo un latigazo que casi le cortó la respiración, de que algo grave había sucedido.
La batalla y el desorden duró semanas, en las que la irritación del ganglio mantuvo una rabiosa actividad. Irritación que ya no quedaba claro si se debía a la toxicidad del pantano, que por otro lado parecía ir secándose, o a la brutal respuesta que la guardia inmune había desatado. O, quizás, incluso a la opresión general a la que se veía sometido, que llegaba a privar de nutrientes al comprimir los conductos de suministro.
El gran jefe no consiguió evitar una considerable desorganización en sus menesteres relacionados con aquel ganglio, al que ya prácticamente no sabía ni donde ubicar.
Varias vías de conducción dependientes del GRD quedaron seriamente afectadas. Los recambios de sensores ya no llegaban a su destino en la periferia, y a mitad del camino quedaban apostados para ejercer sus funciones, muchas veces alarmando en respuesta a situaciones para nada nocivas. Más de uno quedó tarado de tal forma que sin ton ni son se ponía a gritar cuando le apetecía. La integridad de las vías, en ocasiones, se mermó tanto que ni siquiera conseguían mantener las condiciones necesarias para el paso de esa pequeña cantidad de electricidad que hasta la fecha había permitido la conducción de la información.
El varón percibía un desagradable dolor desde la espalda hasta el pie, notando cosquilleo y acartonamiento en parte de la pantorrilla, que por otro lado parecía progresar en un deprimente adelgazamiento. Las noches exacerbaban el suplicio, y una extraña actitud retorcida se había instaurado en su tronco a nivel de la zona lumbar.
La ciática relacionada con la radiculopatía, precedida de aquella discopatía, se mostró así en su esplendor.
One Reply to “Hernia discal II, sucesos en el Ganglio de la Raíz Dorsal”
una fabula muy representativa del dolor radicular, me ha encantado, gracias por hacer estos comentarios carlos.
xampral