El cerebro funciona predominantemente como un inhibidor.
Es un sabio centro que, tras valorar la situación que el resto del sistema nervioso le plantea, sabe cómo poner freno a opiniones impulsivas y decisiones prematuras.
Imaginemos una agitada asamblea de la comunidad de vecinos; pongámonos en situación, y visualicemos a la vecina que todo lo sabe, el que conoce cuatro términos legales y se esfuerza por sacarlos a colación, la enterada de turno que conoce lo que acontece en los patios colindantes, el que presenta doce presupuestos hasta para cambiar cuatro bombillas, y la que no olvida nada de esta y anteriores asambleas. Vamos, la reunión de vecinos de toda la vida.
El papel del cerebro aquí, como elemento más evolucionado del ser humano, no es azuzar y echar leña al fuego, sino más bien ejercer de moderador, invitar a la calma, y desechar con educación esa serie de descabelladas barbaridades que algunos vecinos tienen a bien proponer como acciones a tomar.
El cerebro, para permitir la función, debe inhibir.
Cuando hablamos del dolor, la acción moduladora de freno permite rebajar la intensidad de esta desagradable percepción, sobre todo cuando deja de existir la necesidad de protección que justifica la producción de dolor. El dolor crónico se relaciona, entre otras cosas, con un fallo en este sistema de inhibición.
Con la espasticidad ocurre algo parecido, pero en este caso el fallo de un cerebro lesionado (por falta de aporte de sangre en relación con un ictus, un traumatismo craneoencefálico, un accidente durante el nacimiento,…) provoca la disfunción del sistema de regulación del tono muscular.
Y aquí toma sentido la insistencia, desde el inicio de la entrada, en la importancia de la función de inhibición del cerebro.
Es más sencillo ahora entender (así lo ha sido normalmente con mis pacientes), que la lesión del cerebro supondrá un tono desbordado, incrementado, al carecer de recursos para poner freno a esta muestra de hiperactividad; entender que la espasticidad se desata ante la imposibilidad de acallar tal exceso de propuestas de acción.
Asumo que, pese al título de la entrada, no he hablado demasiado de la espasticidad, pero estando destinada en concreto a pacientes, he preferido dejar clara esta premisa, y ya en siguientes entradas nos adentraremos en recovecos neurofisiológicos.
Hasta entonces, en esta entrada, David Aso os presenta información para parar un tren al respecto 😉
2 Replies to “Espasticidad (I)”
Emocionante que te adentres en este mundo, espero con ansía las siguientes publicaciones, estoy ahora mismo espástico (o hiperexcitado)… No, ahora en serio, muchas gracias por la mención.
Bien es cierto que cuando nacemos, tenemos un tono muscular muy aumentado, somos reflejos en estado puro sin neuromodulación alguna (más bien poca), y a base del aprendizaje sensorio-motriz, vamos bajando el tono para obtener un control del cuerpecito que nos han dado papá y mamá (esta afirmación ya empieza a ser arriesgada).
Todo ello gracias a interneuronas inhibitorias, neuroplasticidad, sinapsis, aprendizaje, repetición y predicción de la tarea…
En fin, la grandeza de la neurofisiología, como para que venga un traumatólogo y comente que los fisioterapeutas no están metidos en el ajo.
Realmente esta y las siguientes entradas dedicadas a la espasticidad, están dirigidas a ciertos pacientes muy concretos que conozco desde hace años, con la intención de echarles una mano para entender lo que les ha ocurrido, dejándoles algunas ideas básicas plasmadas en estos textos.
la remisión a tu blog me parecía casi obligatoria tratándose de un tema neurológico en el que estas inmerso día a día.
no pretendo aportar demasiado nuevo sino r esumir lo que considero que deben conocer en un lenguaje con pocos tecnicismos
ya veremos como sale