Un nuevo «Cuento Analgésico»
Hace unos meses participé en un concurso de cuentos. Se fundamentaba básicamente en la premisa que años atrás presenté en el libro «Cuentos Analgésicos: herramientas para una saludable percepción de dolor«. Así que encontré inexcusable no participar, y redacté una historia más para entender mejor el dolor.
En concreto, mi aportación fue «Hola Soy Sofía«, un cuento, que podría añadirse como anexo al libro.
Hola, soy Sofía
Hola, soy Sofía, y me encanta respirar.
Cuando cojo aire, noto cómo mi cuerpo se hace más grande. Luego lo retengo durante unos segundos, y me siento poderosa. Y, cuando después lo dejo salir, disfruto del cosquilleo del aire al pasar por mi nariz.
Hoy estoy disfrutando aún más con esta sensación, porque hoy es un día especial. Hoy vuelvo al colegio. He estado un par de semanas en casa. Algunos días tenía retortijones de barriga, otros las piernas estaban cansadas y otros me molestaba la cabeza. Y no he podido jugar con mis amigas. Ni con Alberto. Alberto no es mi amigo, pero me gusta estar con él, y más adelante será mi amigo.
Han sido unos días muy extraños en casa. Mis papás no iban a trabajar. Y estaban todo el día en casa con la mascarilla blanca. Cuando llevan la mascarilla blanca, mis papás están más nerviosos. Dicen que la mascarilla azul es para estar más tranquilos, pero que a veces hay que usar la blanca porque es mejor. Pero nunca habían llevado mascarilla en casa, ni blanca ni azul.
En casa hemos jugado a los espías y hemos hecho una acampada en cada habitación. Mi papá ha dormido en el comedor, en una colchoneta con muchas mantas. ¡Y para hablar con él me han dejado usar un teléfono móvil de verdad! Nos hablábamos por la pantalla del móvil, y me traían la comida en una bandeja. Como en el restaurante de un hotel al que fuimos en verano de vacaciones.
Mi mamá, los primeros días no jugaba mucho. Pero luego sí que empezó a jugar.
Sólo hemos salido tres veces de casa en dos semanas. La primera vez fuimos a una carpa, como un circo, pero blanca y sin asientos. Yo también llevé la mascarilla blanca, y una médica me rascó la nariz con un palito, pero no lloré. Otro día salimos a andar al campo, pero muy poco rato porque mis papás decían que nos podían reñir. Y la tercera fue el otro día, otra vez a la carpa con la médica y el palito en la nariz. Y esta vez sí lloré, pero un poco.
Así que hoy ya puedo volver al colegio. Voy en coche, porque andando me canso.
Cuando llego voy a mi clase. Como mi mamá ha estado hablando con la maestra, tardo en entrar. Por eso no puedo ir con mis amigas a contarles lo de las acampadas en casa. A la hora del recreo, veo a mis amigas en un grupo. Pero cuando voy no quieren estar conmigo y empiezan a correr. Creo que están enfadadas. Intento seguirlas pero me duelen las piernas y me siento en el banco morado del patio para descansar.
Entonces veo a Alberto. Se acerca y me pongo nerviosa, porque a lo mejor sí somos amigos. Pero cuando parece que se va a sentar, me tira un papel y se va riendo. En el papel hay un dibujo feo y han escrito que tengo bichos. Me empieza a doler mucho la cabeza. Y lloro.
Como se me moja la mascarilla azul, se me pega a la cara y me molesta. Me la quito. Y un maestro que vigila en el recreo me dice que no me la puedo quitar. Que me espere. Y llama a otra maestra que me trae otra mascarilla. Es verde, está muy dura y rasca. No me la quiero poner, y la maestra se enfada.
Lloro más. Me duele también la barriga. Me pican las manos por el gel con alcohol que me han puesto y huele muy fuerte. Al rato llega mi papá, y nos volvemos a casa.
Duermo mal.
Al día siguiente vuelvo al colegio. Voy en coche, pero no me apetece ir. Me sigue doliendo la barriga. Al entrar en clase, mi mamá se queda hablando con los maestros. Hablan muy alto, y me duele la cabeza. Mis amigas me miran y giran la cabeza. Cada vez me siento peor, sin fuerzas. Se lo digo a mi mamá, pero me dice que no interrumpa. Entonces me siento en el suelo, creo que tengo ganas de vomitar. Cuando lo comento, una de las maestras sube la voz y gesticula mucho con las manos a mi madre. Volvemos a casa en coche.
Me quedo en casa unos días más. Ya no hay juegos de espías. Mamá se queda por la mañana conmigo, y por la tarde papá. Pero ahora no me apetece salir de mi habitación, prefiero volver a hacer la acampada de hace unas semanas. Estoy en la cama casi todo el tiempo. A veces me duelen las piernas, por eso no quiero andar. Todos los días lloro un poco, sobre todo cuando me hablan del colegio. Pero he decidido que no voy a volver al colegio, ahora me he enfadado yo con mis amigas, que ya no son mis amigas. Y Alberto tampoco.
Tampoco me gusta respirar. Coger aire ya no me hace grande, y no noto cosquillas en la nariz.
Pasan más días, y mi mamá a veces se enfada y a veces está triste. Mi papá también. Además discuten muchas veces.
Hoy han hablado con el médico por teléfono. Han gritado. Mi papá gritaba y le decía que por teléfono no podía saber qué estaba pasando. Mi mamá le ha quitado el teléfono, y ha seguido hablando con el médico. Mi papá se ha ido a su habitación enfadado. Al pasar por la puerta de mi habitación no me ha dicho nada ni me ha lanzado un beso como siempre. Luego ha pasado mi mamá, que tampoco me ha mirado, y han seguido discutiendo.
Al día siguiente me dan una pastilla por la mañana. No sabe a nada. A los dos días dejan de darme la pastilla.
Una mañana noto los pies como si fuese un hipopótamo. Los miro y son normales, pero al apoyarlos en el suelo los noto gordos, redondos. Parece como si andase sobre una almohada. Es raro.
Días después, también noto pinchazos en los pies y en una rodilla. No la puedo doblar bien, me duele. Voy a hacer pipi, me tropiezo con la alfombrilla y me caigo. Mi papá se asusta porque me he hecho un chichón. Por la tarde me llevan a una clínica de fisioterapia, para que me vea Miguel. Mi mamá conoce a Miguel porque hace años tuvo un accidente de tráfico y dice que le quitó el collarín y le curó el cuello. Miguel habla conmigo, me pregunta muchas cosas, y le cuento lo del dibujo de Alberto. Luego me dice que ande y que toque el suelo. Me subo a una camilla y me dobla las piernas y los pies. Me estira los dedos de los pies, cruje uno y nos reímos porque no me hace daño. Cuando se ríe, Miguel cierra mucho los ojos, y seguro que enseña todos los dientes como mi tía Loli, lo que pasa es que no se le ven con la mascarilla. Me toca las piernas con la tapa de su boli, y me dice si está dibujando en la piel círculos o triángulos. Pero como es con la tapa, no me pinta nada. Creo que acierto dos veces, y me dice que lo he hecho muy bien. Me pide que le haga un dibujo conmigo jugando para la próxima visita.
Mi papá está serio, pero mi mamá está más animada.
Cuando vuelvo a ver a Miguel, se sorprende por lo bonito que es mi dibujo. Me explica que es importante que doble la rodilla, pero le digo que me duele, y si está estirada está mejor. También quiere que ande, pero poco a poco, y así cada día andaré más. Miguel me cuenta que el dolor es muy tonto. Me hace mucha gracia, y le hablo de Alberto, que también es muy tonto y que me hizo un dibujo. Miguel comenta que ya lo sabía, y vuelve a hablar de que el dolor es muy tonto, y que vamos a engañarlo poco a poco. Me dice que imagine un gato con muchos cascabeles en la cola, y que cuando suenan los cascabeles es cuando me duelen las piernas. Yo le digo que el gato de mi tía Loli es muy listo, y que se sube a las estanterías para tirar cosas. Pero no le interesa mucho ese gato. Sigue hablando de su gato tonto con cascabeles que se asusta muy pronto porque es desconfiado, pero que poco a poco va cogiendo confianza con el paso de los días si cada vez nos acercamos más, siempre poco a poco. Hasta que ya no sale corriendo cuando vamos a acariciarlo. Quedamos en dibujar un gato, y se graba en un video para que mueva las piernas como él. En el video hace equilibrios y algo parecido a un baile, pero no le sale muy bien.
Cuando le cuento lo del gato a mi papá, se pone serio. Mi mamá mira por la ventanilla del coche, así que no sé qué piensa.
El tercer día que veo a Miguel le digo que estoy contenta porque ya no me duele el chichón cuando me peino. Me choca la mano como hacen los chicos de mi clase. Me dice que el dolor del chichón era otro dolor, no como el del gato. El dolor del chichón era un tipo de dolor que es bueno, como una alarma que nos protege avisándonos de cosas que pueden hacernos daño. Pero que a veces esta alarma se estropea, y pasa a ser un gato tonto con demasiados cascabeles. Creo que lo entiendo. Luego pasamos a una sala muy grande, con unas ventanas enormes, con colchonetas y pesas de esas para ponerse musculoso. Hay espejos y música. La música es un poco aburrida. Nos pasamos una pelota gigante, me subo a una tabla redonda que se mueve mucho y subo a una escalera de madera. Le cuento a Miguel que esa escalera con palos grandes es como la del gimnasio de mi colegio. Entonces me pregunta si quiero volver al colegio. Pero no quiero porque mis amigas ya no son mis amigas. Miguel cree que mis amigas se han comportado como el gato de los cascabeles, se han asustado y montado mucho revuelo porque pensaban que si estaban conmigo les tocaría quedarse en sus casas encerradas como estuve yo. Le digo que mis amigas no son tontas, bueno Alberto sí, pero él no es mi amigo aún. Así que quedamos que pronto volveré al colegio. Ya ando once minutos, pero tengo que doblar en casa más veces la rodilla, salir al parque y subir y bajar escaleras. Como ya me duele menos, y los pies ya no me parecen de hipopótamo, creo que podré hacerlo. Miguel tiene una idea muy buena después de hablar con mi mamá, y decidimos organizar una quedada con mis amigas esa tarde cuando salgan del colegio para que me vean andar e ir un rato al parque.
Por la tarde voy al parque. Sólo vienen dos amigas, porque las otras no pueden venir. También vienen sus mamás. Jugamos a hacer barcos con hojas y dejarlas flotar en la fuente. Las mamás no dejan de hablar en toda la tarde.
Hoy es un día especial. Vuelvo al colegio. He preparado un dibujo para Alberto y he escrito que no tengo bichos. Tengo muchas ganas de correr y de contarles a todas mis amigas lo del gato con cascabeles. Como estoy tan nerviosa, respiro muy rápido y el aire me hace cosquillas otra vez en la nariz.
Vuelve a encantarme respirar.