Una paciente acudió con su hijo, un mocete de 9 años que, con la simpatía reservada para otros momentos, endosó la mochila a su madre, se esclafó en la silla y ni siquiera se dignó a moverse para facilitarle el paso a su asiento.
Dicha criatura encendió su nintendo ds y, desatendiendo los gestos (temorosos y atenuados, la verdad) de su mamá para que bajara el volumen mientras hablaba, se puso a repartir puñetazos virtuales en la maquinita.
Sin estresarme en exceso, y con un sonoro «clap», cerré el cacharro del niño para, dejando las sutilezas en el mismo lugar que él guardaba su simpatía, conseguir silencio para escuchar a la madre. Sorprendido, pero sin perder altivez y descaro, la perla de chaval se recostó (aún más de lo que estaba) en su silla, y así permaneció sentado e insonoro durante la sesión.
Mira por donde el hecho me hizo pensar en el Síndrome Doloroso Regional Complejo. Si el dolor es un mecanismo de protección, ¿no será el SDRC algo así como una sobreprotección? ¿acaso el cerebro no malcría atendiendo en exceso lo acontecido en, por ejemplo, un pie en estos casos? es más, ¿no es la educación una de las pricipales herramientas que con ilusión utilizamos para mitigar estos desmesurados cuadros clínicos? Muchas similitudes.
Cuando, alentado por mis pensamientos creí que con mis elucubraciones daría también con un sonoro «clap» para resolver el problema, me dí de morros con la realidad al ver que el niño rehusaba portar su pesada mochila ignorando las demandas maternas.
Tal como lo hacen esos cerebros viciados en malcriar extremidades, que tantas veces ignoran nuestros intentos por convencerlos de la inconveniencia de su actitud.
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