Son esos momentos históricos que todos recordamos con angelical dulzura o enojosa animadversión.
El pinchazo en el culo por parte de la practicanta.
Más de 30 años hace de aquel primer benzetacil y recuerdo la experiencia como si fuese ayer.
La practicanta (o lo que actualmente debe ser una Diplomada Universitaria en Enfermería), en esa habitación con intensos efluvios de alcohol, golpeando con la uña una especie de cápsula de cristal con polvos, y desprendiendo paz y tranquilidad con una sincera sonrisa. Animando a la desnudez de la nalga con simpáticas maneras, ultimando la preparación del inyectable, y acercándose con una boluta de algodón impregnada en ese oloroso desinfectante.
Y ahí, con el culo en pompa, dispuesto a la fase de las palmaditas. Esa curiosa técnica distractora – analgésica mediante la cual, con 3 intensas palmaditas precediendo al pinchazo, la considerada practicanta conseguía que la introducción de la aguja pasase prácticamente inadvertida.
No tanto la inoculación del espeso antibiótico, pero nada que una buena golosina no pudiese arreglar.
Esas memorias de experiencias de dolor durante la infancia requieren una mayor atención,… y en la próxima entrada se la daré sin sentimentalismos y con la ciencia por delante.
😉