Pese a la admirable labor cinematográfica del film con tal título, que durante estos días lleva emocionando a más de un espectador (aún recuerdo la impresión al ver colgar medio hueco poplíteo de Naomi Watts saliendo del agua), esta entrada queda lejos de aquellas dedicadas al cine.
«Lo imposible» es el título con el que Richard P. Di Fabio presentó su editorial en el Journal of Orthopaedic & Sports Physical Therapy, allá por 2001, en relación con la movilización neural.
El autor lamentaba el hecho de que varios colegas mencionaran la movilización neural como herramienta en el tratamiento de los desórdenes de movimiento y dolor de sus pacientes, haciendo únicamente referencia a las propiedades mecánicas de la técnica.
Colegas que olvidan que la aparición de síntomas, con cualquier maniobra, no justifica la basa anatomo-patológica de los mismos.
Citando las reflexiones de Butler y Coppieters, el autor no duda el hecho de que los nervios se mueven cuando nos movemos, pero plantea como al relacionar el problema del paciente con la supuesta incapacidad de los nervios para deslizar, utilizamos un criterio obligatoriamente clínico, lejos de contar con una medición directa y objetiva de la movilidad del tejido nervioso.
El movimiento de las extremidades durante las «pruebas de tensión» no permite identificar específicamente las estructuras que generan síntomas del paciente, ni la sensibilización o diferenciación estructural llegan a apuntar con la exactitud que pretendemos al tejido neural, como pensamos al asumir con sencillez el modelo estrictamente mecánico. Son muchas las estructuras implicadas, imposibles de aislar, y sólo desde un punto de vista clínico nos son de utilidad los hallazgos obtenidos durante la exploración.
Un test neurodinámico positivo no necesariamente señala un desorden mecánico del sistema nervioso, de igual forma que es imposible movilizar el sistema nervioso de forma aislada respecto al resto de estructuras.
Este editorial me resultó en su día especialmente curioso,… pero no novedoso. Por entonces (llegó a mis manos hace 8 años), y afortunadamente para la creciente estabilidad de mis cogniciones al respecto de nuestra praxis como terapeutas manuales, no llegó a a tambalear en absoluto dichas cogniciones.
La comodidad de entender que somos clínicos, de dejar de buscar como locos atribuciones estructurales y mecánicas a los síntomas del paciente, con el miedo de no poder ayudarles ante su difícil identificación, es un colchón que no hace sino mejorar tus habilidades en la resolución de los problemas que refieren estos pacientes.
Sigo indagando cuando puedo las imágenes ecográficas para contemplar el movimiento de los nervios, y las causas locales que, acorde a Elvey, bordan el diagnóstico de la disfunción neural, siguen resultando atractivas de identificar,… pero no me preocupo cuando, sencillamente, encuentro y reproduzco en mi exploración signos y síntomas que, al modificar con mi tratamiento, resuelven, sencilla pero eficazmente, el problema de mi paciente.
Porque en definitiva es lo que, a clínico y paciente, importa e interesa.