abril 21, 2009

Leonardo

Leonardo (1452-1519), pintor, escultor, arquitecto, físico, escritor, músico, y en sus ratos libres, genio, nació en Vinci, cerca de Florencia. Rivalizó a nivel artístico con Miguel Ángel y Rafael , y nos dejó regalos como La Gioconda, La Virgen de las Rocas y La Última Cena. Escrutó con empeño el cosmos, y dejó su huella en las técnicas pictóricas y arquitectónicas del momento.

Y más que nos pudo haber dejado de no ser por una peculiaridad de tan singular sujeto; y es que Leonardo acababa pocas de las cosas que empezaba.

De no ser por ello, habría además revolucionado la medicina de la época.

Comentaba, al recordar a Galeno hace unos meses, como sus contemporáneos aprovechaban las heridas, las ventanas del cuerpo, para asomarse a los misterios de la anatomía humana. En la actualidad, son ya pocos los que dudan que Leonardo practicó la disección para acercarse sin tapujos a estos secretos.

Dibujos con una exactitud anatómica admirable, (y desde mi punto de vista, de una preciosidad pasmosa), debieron quedar desparramados sin orden ni concierto por su escritorio, junto a porciones de partituras, bocetos de extrañas máquinas de guerra y bocetos de edificios imposibles. Recopilada parcialmente en diferentes episodios de la historia por diferentes personajes, y con sus dispares intereses, hoy en día podemos recrearnos en la observación de una mínima parte de su obra.

Es una pena que una mente tan ansiosa de creación, con el inconformismo, el arte y la sabiduría por bandera, no reconociese su insuficiencia como documentador. Quizá esos minutos de pensamiento hubiesen derivado en un empujón al progreso de la medicina, acelerado el paso de carnicería a cirugía, evitado la propagación de innumerables enfermedades, y avivado el ingenio de sucesores sanadores.

Es curioso deducir, observando la magnificencia de su obra conocida, y calculando la cantidad de proyectos inacabados perdidos en la historia, la inmensa posibilidad de su creación. Y no hablo de enigmas, de esto ya nos han atiborrado con nefastas historietas noveladas, sino de conocimiento, y, sencillamente, de belleza.

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