mayo 4, 2010

Las intermitencias de la muerte

Hace unos minutos he concluido la lectura de esta obra de José Saramago.

El premio Nobel de literatura narra en su libro «Las intermitencias de la muerte» los sucesos acaecidos en relación con el descanso de la muerte en sus funciones.
Nadie puede morir durante varios meses en un país sin concretar, y las reacciones populares, políticas, religiosas,… no tienen desperdicio. Lo que en principio se recibe como un aleluya pronto se entiende como un verdadero castigo insostenible. La mafia comienza a moverse para deshacerse de los eternos moribundos que asfixian a las empobrecidas y confundidas familias, las aseguradoras buscan nuevos recodos por los que extorsionar, perdón,… proteger a sus clientes.
Vamos un caos que sólo Saramago sabe desarrollar con su dialéctica ironía.
El autor de «Ensayo sobre la ceguera», como era de esperar, me ha hecho pensar bastante con esta obra. Ya me tiene acostumbrado al asombro ante la capacidad de desarrollar tramas y situaciones ante situaciones inverosímiles pero que rozan, casi atropellan, la realidad.
Pero en esta ocasión ha habido algo más, y me ha invitado a hacer un paralelismo con un tema en el que estoy bastante involucrado estos últimos años: el dolor.
¿Qué pasaría en la situación que podríamos titular de «las intermitencias del dolor»?
Imaginemos que mañana, al despertar, en toda España nadie puede sentir dolor.
Pacientes con fibromialgia y otros síndromes de dolor «per se» encontrarían con convencimiento el argumento para entender que fuera de esa percepción anómala de dolor no hay nada, y saltarían, correrían, nadarían, retomarían su vida anterior.
Otros menos afortunados permanecerían impasibles ante aparatosas lesiones que, ante su silencio nociceptivo, no alertarían de la gravedad, y evolucionarían con dudoso ritmo ante la desatención del estropicio.
La industria farmacológica se tiraría de los pelos, se reuniría para confabular y buscarían, es más, crearían nuevas patologías que requerirían con presteza su oportuna química.
Mis colegas fisioterapeutas y yo engrosaríamos el ya obeso paro, qué le vamos a hacer,… o esperaríamos unas semanas hasta readaptarnos para tratar las discapacidades resultantes de la vida indolora. Que serían muchas más de las que tratamos ahora.
Lo cierto es que Saramago encontraría una forma mejor de predecir lo que ocurriría, pero no he querido desperdiciar la oportunidad de divagar unas líneas.

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