noviembre 2, 2011

El paciente desolado

Había una vez un señor, llamémosle Josep, que cogiendo higos en higuera ajena, por capricho de su esposa, evitó caer agarrando con premura una rama más endeble de lo que en principio podía parecer.

La insuficiencia de los tendones, o tal vez el retraso en la activación de la función de los mismos, provocaron algún desperfecto en el hombro, y como consecuencia del resultante dolor, Josep acabó precipitado en la acequia que durante años compartía humedad con la frondosa higuera.

La esposa de Josep ayudó entre temores al condolido recolector, y condujo a casa soportando variadas imprecaciones exaltadas por el dolor y el enojo.

Desvestirse, por el remojo del ropaje y la impotencia funcional, dio pie a la pesarosa odisea que continuó con la incomodidad durante la noche.

El amanecer sugirió a la pareja buscar ayuda de batas blancas, y acudieron de urgencias a su centro de salud, donde a las 3 horas fueron atendidos durante 3 minutos por una médica que no dudó en diagnosticar una contusión e indicar unos antiinflamatorios.

Josep, ahora más tranquilo tras la visita con la profesional que años atrás tan pronto le curó la conjuntivitis, llamó a la empresa en la que llevaba 4 meses trabajando para avisar que, aunque esa mañana ya se le había hecho tarde, al día siguiente allí estaría para seguir descarnando terneras.

Y, aunque empeño puso, ni agarrar la cuchilla pudo ese día, y tuvo que formalizar la baja laboral, ante la indignación del hasta entonces afable jefe.

Una semana transcurrió, y el brazo de Josep fue mutando en su expresión clínica, y progresivamente dejó de alcanzar las alturas, hasta no llegar ni siquiera a superar la cabeza, pese a los malhumorados esfuerzos de Josep.

El sofá se convirtió en aliado de Josep ante la incapacidad de reposar en decúbito, y la siguiente cita con la médica no aportó novedades más allá de la recomendación de un sofisticado (y caro) cabestrillo y una pastilla añadida.

Tras 3 semanas sin descarnar terneras y sin elevar el brazo, la esposa de Josep convenció en la consulta a la médica para que lo mandara al traumatólogo, por si acaso, y tras comunicar el paciente sus progresivos dolores de tripa, se añadió al cocktail farmacológico matinal un protector del estómago.

Fueron 45 días los transcurridos hasta la esperada visita con el traumatólogo, durante los cuales las dichosas brevas salieron a colación noche sí noche también, durante los cuales Josep y su esposa atendieron al deterioro silencioso de su intimidad, durante los cuales las amenazas maquilladas desde la empresa fueron perdiendo maquillaje, y durante los cuales el miedo y la ansiedad se fueron alojando en las áreas más profundas del cerebro de Josep.

Pero al fin llegó el día, y allí acudieron Josep y esposa, ataviados para la esperada ocasión, con el discurso acerca del historial preparado, repasando por el camino los detalles para no despreciar cualquier detalle que privara a la detectivesca mente del doctor de acertar en el diagnóstico.

El ensayado relato no llegó a ser narrado, y en el tiempo que le costó a la mujer de Josep estirar su falda para que quedara alisada tras el período de sedestación, la enfermera del traumatólogo les despidió, no sin antes entregarles un volante para hacer unas placas; al parecer, sin ellas el traumatólogo no creyó necesario pedir a Josep explicaciones más allá de “me duele el hombro”.

Esta vez fueron 14 los días que con mansedumbre precedieron a la nueva visita, a la que volvieron a acudir, cargados de ilusión, aunque ya no tanta, y con el relato de nuevo preparado.

Tampoco fue el momento del estreno del discurso, ya que en la placa no salía nada de lo que el galeno esperaba que saliese, y ahora lo que hacía falta era una resonancia.

Josep resonó.

Y, 37 días después, como en aquella genial película del día de la marmota, se repetía la visita. El doctor explicó a Josep, en palabras bastante entendibles, que una serie de tendones que sirven para dar estabilidad al hombro se habían roto, y que eso se podía operar, pero que mejor iban a probar con una temporada de rehabilitación para ver si así podían ahorrarse pasar por quirófano.

El día que Josep acudió al rehabilitador, se enteró de que en su empresa habían despedido a 3 compañeros, 2 de los cuales habían sido contratados antes que él, con lo cual vio improbable volver a descarnar vacas aunque su hombro se arreglara algún día.

Con ese humor entró a la consulta del rehabilitador, que mientras les invitaba a sentarse, mantenía una conversación telefónica con un representante de algún tipo de ortopedia o algo así que se había equivocado en la talla de no se qué pieza para el muñón de algún paciente.

El médico, tras releer los logotipados informes, le apuntó en un papel unas siglas (algo así como TENS, US, IR o similar), le explicó que también empezaría unas clases con ejercicios, a las que tituló “escuela de hombro”, y lo citó para el mes siguiente.

Al día siguiente, Josep acudió a un gimnasio de la planta de arriba del centro de salud, y, mientras subía, aprovechó para plantearse la contradictoria disposición vertical de tal sala, en principio dispuestas a usuarios de cuerpos por rehabilitar. Tras entregar el papel con las siglas a un fisioterapeuta rechonchete, acordaron que debía asistir todos los días a las 10:30 horas, menos los jueves que le tocaba escuela de hombro a las 11:30 horas.

Ese día (miércoles), Josep se quedó para empezar su rehabilitación, y tras unos minutos de agradable calorcito en el cuello con una luz roja, 30 minutos de corrientes en el hombro (no tan agradables), y 5 minutos apretándose y girando un cacharrito con una crema de por medio (que en días posteriores tendría que aplicar él a si mismo), Josep se quedó esperando a que le mandaran qué hacer. El fisioterapeuta, que durante la sesión había estado rellenando fichas y metiendo y sacando a pacientes de diferentes habitaciones, sentó a Josep junto a unas garruchas y le indicó que moviera arriba-abajo. El primer tirón provocó a Josep tal dolor que incluso llegó a marearse, con lo cual dio pie al final de la primera sesión.

El jueves, Josep se sentó junto a 4 pacientes más, dos de ellos con cabestrillo y uno, más joven, luciendo una engrosada cicatriz en el hombro que partía en 2 la cola de una sirena tatuada. Una persona que no se presentó, pero que también lucía bata blanca, les enseñó una maqueta coloreada, les nombró trozos de anatomía y les hizo tocarse la cabeza y abrocharse el sujetador (Josep ni siquiera llegaba al culo al echar la mano atrás, así que no pudo bromear con aquello de “nosotros no llevamos sujetador”, algo que seguramente tampoco hubiese hecho gracia a los presentes, que desde el principio parecían poco convencidos).

Y así pasaron 5 semanas más, Josep empastillado y sufriendo con las poleas, cuando la visita con el traumatólogo se repitió. La esposa de Josep, para entonces, ya no le acompañaba al centro de salud, y harta de tener a Josep desbaratando por la casa durante el día, y quejándose de todo por la noche, había aprovechado para apuntarse a una escuela de adultos para aprender italiano.

El traumatólogo resultó ser una traumatóloga, que estaba de sustitución, y que esta vez sí dejó a Josep narrar su historia, para acabar concluyendo que a esas alturas la cirugía puede que ya no diese tan buenos resultados, pero aún así que lo dejaba en sus manos, y que mejor lo hablase con el traumatólogo “que le llevaba el caso” dentro de de dos semanas para ver qué hacían.

Josep acudió a casa inmerso en la pesadumbre, y en el ascensor su vecino (el de las persianas de aluminio), le recomendó que pidiera ayuda a un homeópata al que acudía su mujer para la fibromialgia. Esa misma tarde, Josep salía de la consulta del repeinado homeópata que le había hecho dibujar una casa, respirar hondo varias veces y le había mirado los ojos con una linterna, qué cosas,… salía con unas recetas para unas pastillitas de un laboratorio de no se dónde que tenía que pedir especiales en la farmacia,… y salía con 85 euros menos en el bolsillo (precio especial porque venía de parte de la señora Eugenia de la fibromialgia). Cuando le dijeron en la farmacia a lo que ascendían las pastillitas que debían pedir, Josep decidió pensárselo mejor, y se fue a casa.

Allí, en uno de esos instantes fugaces en los que los adolescentes se rebajan a hablar con sus padres, el hijo de Josep se ofreció a mirar por internet eso de las cápsulas homeopáticas, y se burló del tanganazo que habían estado a punto de meterle a su padre.

Ante la manifiesta desilusión de su padre, el adolescente dijo que preguntaría al profesor de educación física del insti si conocía algún fisio por ahí, y resulta que le recomendó uno del pueblo de al lado que le había tratado hacía años algo de la mandíbula.

Y mira por donde, Josep acabó acudiendo a mi consulta, razón por la cual me entero de tal historia. Y meses después volvió a acudir después de la artroscopia.

Josep no era un “paciente con omalgia”,…
era un paciente desolado.

7 Replies to “El paciente desolado”

Que levante la mano el que conozca mínimo a un par de Joseps!
[Hands up]

Precioso lo de la traumatóloga que finta, cual Messi, a la defensa del enfermo y le cuela un gol por toda la escuadra al grito de «este marrón se lo come otro».

Francesc: el tema de les teràpies express, si ho volen justificar per temes económics, ho puc entendre. Ara bé, es lamentable que, tenint recursos com tenim, i profesionals de la talla que, al menys quan començaren, ho eren, es mantinguen aquests servicis i els déficit d’ informació que desemboquen en situacions com la de la història.

Crec que el gran problema en aquesta història que tantes voltes sentim als nostres centres neix de la situació en la que es troben els fisioterapeutes que treballen en l’àmbit de la salut pública. Fisioterapeutes que, en molts casos, per el volum de pacients/hora, es veuen obligats a realitzar taràpies exprés amb els resultats de sempre. Així els diversos profesionals encarregats de derivar-nos els pacients moltes vegades tenen una imatge de fisioteràpia-per provar que no quede. No sé quin dia els profesionals sanitaris ens començaran a veure com una primera opció i el sistema sanitàri facilitarà aquest fet, mentrestant… continuarem tenint molts «Joseps» als nostres centres…

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