Genaro tiene 83 años, y entre su colección de radiografías encontramos algunos detalles de artrosis en su columna lumbar, caderas y rodillas.
Genaro también tiene a Jorge, un nieto rubiete que es un campeón (un pillín muy “salao” según una abuela, una dulzura de chaval según la otra) al que malcría los martes y jueves con sonriente alevosía.
Y Genaro no refiere dolor los martes y jueves.
Esos días, Genaro se divierte en el parque, se distrae con las bondades del nieto, activa su córtex motor y construye programas motores en el cerebro para evitar que Jorge caiga al suelo y para atraparlo antes de que escape con el cubo y la pala de otra llorosa criatura, se inunda de orgullo ante las temerarias acrobacias de Jorge en el columpio, Genaro es feliz y disfruta con satisfacción haciendo con el rubiete lo que los convencionalismos sociales del momento le impidieron hacer con sus 3 hijos,… y con todo ello, y con un sistema nervioso bien bañado en endorfinas, Genaro inhibe su dolor.
¿Por qué debería el cerebro de Genaro distraerse en procesar algo tan antipático como el dolor de espalda y piernas, y evitar que disfrute a lo grande de Jorge?
No. Sabemos que el cerebro es muy listo y no haría algo así a no ser que fuese realmente necesario.