Conocí a las sirenas hace ya años, cuando descubrí «La Odisea».
Homero nos regaló una bella narración de las aventuras y desventuras de Ulises en «La Odisea». Uno de sus pasajes nos cuenta como los marineros se ven obligados a tapar sus oídos con cera para evitar sucumbir a las encantadoras voces de las sirenas, un atrayente canto hacia la muerte por parte de estos seres fabulosos mitad mujer mitad ave (lo de añadir la otra mitad con escamas es algo más moderno, lejos ya de la mitología griega).
En cualquier caso, me llamó mucho la atención esta capacidad de hipnotizar con sus voces y ofrecimientos, en forma de melodiosos e irresistibles versos, a la tripulación de los navíos, y desde bien jovencete sentí admiración por este personaje fantástico.
Pero las tornas fueron cambiando conforme crecí.
Para empezar, aquello de cambiar las alas por una cola de pescado me resultó francamente decepcionante; a mi me parecían más bellas y maquiavélicas con cuerpo de águila. Pero el remate final fue la incorporación de las sirenas a los relatos más ñoños y simplones, entre los que destaca como máximo exponente «La sirenita» de Disney.
Y no es que me caiga mal Ariel, la pobre ya tiene bastante con pasarse media película afónica. Es que aquello tergiversó el ideal de mi personaje mitológico de forma radical. Años después, Harry Potter volvería a presentar sirenas malvadas, y hace poco, la última entrega de Ice Age también devuelve al personaje su carácter pérfido y embaucador.
Y, como creo que si sigo divagando no llegaré a donde pretendía hace media hora, intentaré centrarme.
Cuando acabé la carrera, empezaron los cantos de sirena.
Era un momento de incertidumbre, en el que tampoco hubiese sido necesaria demasiada destreza en el embelesamiento. El cautivador atractivo de folletos mostrando programas de formación, o aparatos de última tecnología y alucinantes propiedades terapéuticas, todo en un momento en que esto de internet aún estaba por hacer, tenía efectos instigadores en mi voluble afán de progresar como fisioterapeuta.
Tal como los marineros de Ulises tenían consciencia de la perversidad de las sirenas, alguna idea me hacía de que opciones en ocasiones tan contrapuestas no podían ser a la vez tan razonables. Pero pocas eran las herramientas que entonces me permitían discernir el grano de la paja. Y, cantaban tan bien esas sirenas…
Ahora, y desde ya hace algunos años, cada vez le veo el plumero antes a esos seres cuya evolución, incluso en estos tiempos de redes sociales virtuales, persisten en su proceder. Personajes que ni humo ya venden, pero que decorados en espectaculares contextos publicitarios continúan en boca de algunos, que no son más que amplificadores de las voces de estas sirenas del s.XXI.
A mis queridos alumnos, que en un par de meses quedáis graduados para enfrentaros al más picado y bravo mar de los últimos años, os dedico estas reflexiones. Porque sirenas os váis a encontrar, y nunca está mal al menos saber que existen.
One Reply to “Cantos de sirena”
Muchas gracias Carlos por dedicarnos esta entrada. Yo personalmente sólo puedo hacer que agradecer todo el empeño y esfuerzo volcado en nosotros. Si es cierto que aunque salimos al mercado en un momento muy difícil laboralmente hablando, también es un momento importante de cambio. A veces pienso que es una putada el habernos chupado la desorganización del grado, pero por otra parte pienso….coño si no hubiera conocido a ciertos profesores y me hubieran dado ciertos temarios, sería carne de ….sirena.
(Aunque yo la metafora me la imagino más como el charlatán vendedor de crecepelos en el oeste, jeje)