abril 13, 2011

Aníbal y el Camino de Santiago

En una inspiración, descansando de la lectura de Africanus, el hijo del Cónsul, una magnífica obra histórica de Santiago Posteguillo, me he decidido a razonar.

Aníbal, general de los cartagineses, decidió vengar la muerte en batalla contra unos bárbaros (nombre que les daban unos ejércitos a los que ellos consideraban sus extranjeros) de su padre Amílcar Barca, masacre que no pudo evitar por un retraso en su auxilio. Y, por el mismo precio, y una vez ascendido por sus senadores de Cartago, invadir y dominar la Roma más imperial y poderosa del momento (nos encontramos allá por el 220 a.C.).
Para empezar, en unos 8 meses asedió y aniquiló nuestra bonita ciudad de Sagunto, algo que tocó lo suficiente las narices a los romanos como para declarar formalmente la guerra.
Sin complejos, y conduciendo un ejército de más de 10000 guerreros entre procedentes de Cartago y aliados que se anexionaban a la causa (por razones en las que mejor no entraremos), Aníbal emprendió su excursión desde nuestra Hispania, cruzando Pirineos, y diversidad de territorios, siguiendo una excelente estrategia militar, y eligiendo las batallas a conveniencia, hasta los Alpes.
Roma, que le veía los cuernos al toro después de un par de humillantes derrotas frente a los cartaginenses, respiró tranquila al pensar que la cordillera alpina, entrando como estaba el invierno, se encargaría de frenar finalmente a este amenazante guerrero. Fue una de las múltiples veces en que los romanos subestimaron a Aníbal (caro les costaría en años posteriores). Porque Aníbal, y su ejército, que incluía unos 60 elefantes, consiguió superar las penurias del viaje y superar los Alpes.
Y aquí llega mi razonamiento.
Recuerdo los comentarios de multitud de gente alrededor del Camino de Santiago. De la dureza de la marcha, de lo mal que se pasa con los pies, de la semana de vacaciones que procuran después para recuperarse de una semana de caminatas, de la incomodidad de los lechos de los albergues, y de lo mucho que pesa la mochila.
Partimos de la idea de que las personas que deciden hacer el Camino de Santiago están sanas, y que su educación es la que corresponde a la época en que vivimos. Y me pongo a valorar cuantos de los animados senderistas llegarían, no a superar el trayecto alpino de Aníbal (en la tele vemos alpinistas que acaban con pies amputados por menos que eso), simplemente a completar un par de jornadas de travesía, sobre todo si los equipamos con esas rudimentarias pieles de oveja como abrigo, unas botas de piel vacuna (en el mejor de las casos), y una capa para los más afortunados, sumando además alguna que otra espada, escudo y casco en sustitución de la mochila ergonómica y el bastón de fibra de carbono. Y, si hace falta, les dejamos de ventaja hacerlo con barritas energéticas, bebidas isotónicas y pamplinas macrobióticas (por decir algo…). Incluso que se lleven el móvil.
La idea que intento sugerir es aquello de «cómo hemos cambiaaaado»
Y, esta vez algo más en serio, me planteo cómo se ha adaptado nuestro cerebro a la hora de responder a las diferentes aferencias externas, cómo ha sustituido las respuestas destinadas a la supervivencia por otras menos extremas en la búsqueda del confort. O más bien, cómo ha modificado sus umbrales a la nueva forma de existencia.
¿y qué pasa con el dolor?
cuando la nocicepción se despierta por trivialidades, ya que no recibimos espadazos, ni caemos rodando unos treinta metros de pendiente por la montaña, nos rompemos pocos huesos en nuestra vida, tampoco escapamos de la cascada de pez ardiendo sobre nuestra espalda, ni de los latigazos por robar una hogaza de pan (porque el hambre sí es hambre), vamos, en estas condiciones, con frigorífico para conservar los alimentos que ya no requerimos cazar, cámaras de aire en las zapatillas para recorrer dos kilómetros, con nuestro estrés por la incapacidad de afrontar lo que abusivamente nos hemos ido imponiendo a nosotros mismos, y habituados al uso de pastillas multicolores para silenciar los mínimos atisbos de dolor,…
¿cómo el dolor no va a saltar a la mínima?
¡¡¡si es que se aburre!!!
El dolor, como sistema protector en perenne alerta no se nutre ni aprende de la nocicepción esperada que no recibe, (como un alumno que se queda sin clases), y se vuelve ilusorio, divagante y obsesivo,…
se torna desproporcionado, tardío, incluso injustificado a veces,
se vuelve…
crónico?

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