El movimiento dentro del medio acuático se considera con frecuencia como un aventajado hito dentro de las diferentes técnicas de salud mediante ejercicio. Es cierto que el medio acuático presenta una serie de diferencias respecto al medio terrestre que permiten aplicar técnicas fisioterapéuticas, y en algunos casos incluso deportivas, que aplicadas con corrección pueden resultar muy beneficiosas. Aún así, hay que respetar que fuera del agua se realizan con más precisión, reproducibilidad y seguridad la mayoría de las actividades físicas con objetivos terapéuticos.
Dentro de los aspectos más notables que diferencian el medio acuático del terrestre, a partir de los cuales desarrollamos los programas de actividades acuáticas terapéuticas, cabría citar:
- Los apoyos. El impulso y sostén característicos de los miembros inferiores en el medio terrestre (andar, correr) se ven suplantados en el acuático por una acción propulsora predominante de los miembros superiores (sobre todo en los desplazamientos horizontales o nados).
- El peso corporal disminuye con la inmersión en un medio más denso como es el agua, generando un peso aparente en función del grado de inmersión. Un 10% en inmersión total, 30% con el agua hasta el esternón, 50% con el agua al ombligo, 70% en caderas y 90% con el agua hasta las rodillas.
- El equilibrio se ve alterado por la modificación del peso corporal y por la influencia del movimiento de una masa acuática sobre el cuerpo. Es especialmente atractivo el uso de las corrientes en el entorno de la talasoterapia (hidroterapia en el mar).
- La respiración se ve modificada por la presión del agua sobre la caja torácica en la inspiración, y sobre las vías respiratoria en la espiración (que en el medio aéreo es pasiva), y la mecánica ventilatoria invierte la función de las vías aéreas nariz (que pasa a ser exclusivamente espiratoria en el agua) y boca (que utilizamos principalmente para inspirar).
- La resistencia a los movimientos, que en el agua tienden a ser isocinéticos por la resistencia gradual que suaviza, frena y empuja las palancas en su progresión para mantener la velocidad de movimiento constante.
Respetando estas consideraciones, es fácil deducir lo beneficioso que será el ejercicio acuático en los casos en los que sea útil desgravitar el cuerpo (artrosis, obesidad), trabajar el equilibrio (síndromes neurológicos, ancianos), fortalecer la musculatura sin la sobreactividad de los músculos posturales acortados, combinación de ejercicios con trabajo de patrones respiratorios, técnicas de relajación,…
La eficacia del ejercicio acuático será menor cuando ese efecto desgravitador sea un inconveniente, bien al disminuir el estímulo mecánico sobre la trama ósea (osteoporosis), o bien al impedir adquirir posiciones en que el peso del cuerpo sea útil al utilizarlo como palanca, como en determinados estiramientos. Tampoco será muy oportuno en casos de hidrofobias. Los gestos de las diferentes brazadas son, como apunte final, la tortura perfecta para un hombro con problemas de impingement o inestabilidad.
De cualquier forma, igual que no se puede generalizar en ningún tipo de actividad física (no todo es bueno para todos), en el caso de la natación habría que ser más cauto. Las recomendaciones globales gratuitas (nadar es bueno para la espalda,… ¿siempre?) son demasiado arriesgadas.
Últimamente es frecuente que los fisioterapeutas se encarguen de la administración del ejercicio terapéutico en la mayoría de piscinas, así que serán ellos, junto a las recomendaciones de los profesores de natación en cuanto a las habilidades acuáticas del sujeto, los que deban mojarse (nunca mejor dicho) en el tema.