octubre 5, 2009

A relajar las citoquinas

Nuestro sistema inmune tiene un ejército muy especial. Las diferentes células del sistema inmune distribuyen citoquinas proinflamatorias (principalmente las interleukinas IL-1, IL-6 y el TNFα (factor de necrosis tumoral alfa)) para mediar los procesos inflamatorios de los tejidos y fomentar la comunicación entre el sistema inmune y el sistema nervioso. El estimulante que anima la producción de citoquinas es la adrenalina, y particularmente el cortisol.
Cuando hay fiebre, los niveles aumentados de citoquinas contribuyen, entre otras cosas, al estado de dolor relacionado con la inflamación, y el cerebro recibe la sugerencia del sistema inmune, por línea directa, para hacernos sentir agotados, quietecitos y aturdidos. Así la batalla puede librarse sin condicionantes externos que malgastarían la valiosa energía.
El problema de las citoquinas es que su activación se relaciona con la producción de dolor por diversos mecanismos: directamente al contribuir con la inflamación, sensibilizando los nervios periféricos, generando dolores espejo (mismo dolor en los dos lados del cuerpo), e interfiriendo en la respuesta a analgésicos en algunas situaciones de dolor crónico.
Vamos, que son soldados que para cumplir su misión defensiva, de paso arrasan alguna que otra región (¿os suena esto de algo?)
Debemos pues suponer que aquellas conductas que consigan moderar la actividad del sistema inmune, reduciendo los daños colaterales de estos adrenalinizados soldaditos, nos van a ayudar a reducir o prevenir el dolor crónico.
Las conductas que atenúan el sistema inmune más conocidas son:
  • Percepción de salud. El perfil inmune de una persona es mejor cuanto mejor piense que está. El convencimiento de que “estoy como una roca” apunta a un sistema inmune equilibrado.
  • Capacidad de afrontamiento. Hace referencia al poder de desarrollar estrategias de afrontamiento, así como la disponibilidad de ayuda para ello.
  • Familia. Puede constituir un respaldo en el afrontamiento.
  • Interacción social. Los amigos pueden ayudar.
  • Sistemas de apoyo médico. Una atención médica ajustada a las necesidades del paciente, en su idioma y respetuosa es esencial para el tratamiento del dolor crónico.
  • Sistema de creencias. El arraigo a ideas religiosas, científicas, morales.
  • Intimidad. Presenta la oportunidad de equilibrar la actividad de diferentes sistemas, entre ello el inmune.
  • Ejercicio físico. Una condición física adecuada relacionada con la práctica moderada de ejercicio puede amortiguar la actividad inmune.
  • Humor. Cierto estudio midió como el americano medio se reía alrededor de 50 minutos al día, cifra que actualmente no llega a los 17 minutos. Ya estamos acostumbrados a oír acerca de los efectos beneficiosos de la risa para la salud.
  • Dieta. Los efectos inmunitarios de la dieta tan solo han demostrado ser significativos respecto al dolor en casos de malnutrición.
Como resumen, cuando existe una situación de alarma (real o así determinada por el cerebro), el cortisol estimula las células del sistema inmune para dar rienda suelta a las citoquinas. Y estas se dan de bofetadas con la infección, que es para lo que están, pero de paso facilitan la aparición de dolor. Para normalizar la actividad de estas citoquinas, que en ocasiones se pasan de alborotadoras, y con ello reducir el dolor, contamos con varias conductas entre las que entran echarse unas risas con los amigos, comer bien, hacer ejercicio, tener tiempo para uno mismo, acertar con los sanitarios que acompañan tus procesos clínicos y ser positivo.

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